domingo, noviembre 10, 2019

Sofìa

1. 
Sofia
Era de noche, y la amplitud térmica se estaba notando, muy típico de cuando se está por venir un cambio de estación. Mucha gente en la parada no había realmente y los pocos que estaban parados eran jóvenes. Todos entre veinticinco y treinta y cinco  años. Soplaba una brisa leve y pocas nubes tapaban estrellas.
Subí, pagué mi boleto y noté que no había ningún asiento disponible para sentarme. Me senté sobre el escalón que está justo a la mitad del colectivo, al lado de la puerta del medio. Me estaba colocando los auriculares cuando se me cae una manzana. Por levantarla perdí la oportunidad de sentarme en un asiento que justo se había desocupado.
Ella ve la situación y me dice desde su lugar muy optimista que el próximo asiento en desocuparse será mío. Recuerdo que lo dijo en un tono de decreto. Sonreí y coloqué mis auriculares. Con fé esperaba descansar las piernas. El colectivo parece que venía lleno desde el inicio del recorrido y seguía subiendo personas.
Suena el timbre y se bajan alrededor de seis personas, un matrimonio con un bebé y algunos adolescentes. El asiento libre más cercano para sentarme estaba al lado de Sofía.
Canas enruladas abundaban en su melena. Maquillaje, aros, perfume de rosas, ojos almendrados y una dentadura que se lucía en cada gesto de este mujer. El colectivo se detuvo. Bajó el chofer y empecé a rezarle a mi dios de turno.
Suspiré, bostecé y estiré mis brazos. Tranquilo me dijo. Muy segura de sí misma y de la situación me quiso calmar diciéndome que seguro era una pavada. Ella tenía ganas de hablar. Pero esta vez, prefería contenerme un poco y lustré mi manzana y empecé a comerla. Me miró y entonces le ofrecí una para ella. Agradecida me dijo que no y me argumentó que estaba llena.
El colectivo arrancó. por suerte. Sofia tomó un libro y me dijo que estaba leyendo un libro de una autora que residía en la zona, pero que era del litoral. Le comenté que me gusta escribir y también escuchar. Casi tanto una cosa como la otra, pero más escribir.
            Gotas de lluvia sobre las ventanas. Caía fuertemente como si el viento les estuviera dando más fuerza. El impacto generaba un ruido muy especial. El olor a humedad todavía no se sentía desde el colectivo. Ella me sacaba tema de conversación todo el tiempo. Por mi parte no veía la hora de llegar, estaba muy cansado. Había sido un primer día largo.
           Entre otras cosas, me contó que había ido a Neuquén a un cumpleaños de su mejor amiga que estaba cumpliendo cincuenta años. Lo había festejado en un pelotero desde las tres de la tarde, hasta las siete y media. Hubo un mago, torta, juegos, y muchas cosas ricas para comer. Ahí entendí porque había rechazado mi saludable manzana.
            Le pregunté hacia donde viajaba, y me respondió que a la misma localidad que a donde iba yo.  Me comentó que me había visto varias veces en la parada de colectivos de las dársenas de General Roca. Sorprendido, le pregunté muy rápidamente si ella  vivía en esa zona. Afirmó sonriendo.
            La lluvia no paraba, ninguno de los dos andábamos con paraguas y ya nos imaginábamos llegar a casa bajo la lluvia. El colectivo frena y suben dos hermanas super empapadas, por suerte tuvieron suerte y consiguieron asiento. Sofía tenía ganas de contarme más del cumpleaños, se le notaba en el respirar. Así que le pregunte como se llamaba la cumpleañiera y ahí retomó
             su show. Era tan agradable escucharla. Carmencita era una mujer encantadora había llegado a los cincuenta con dos nietos hermosos, Pedro y Lara, de cinco y tres años. Ambos hijos del hijo médico de Carmencita. Me contó todo el árbol familiar de esta mujer  a la que nunca le vi la cara, pero casi que puedo escribir su biografía.
            Sofía y Carmencita se conocieron en la adolescencia porque ambas habían estado de novio con el mismo hombre, un tal José. Un banana, las dos despechadas en un cumpleaños de una prima de Carmencita se conocieron y cuando se dieron cuenta que habían sufrido el mismo desamor por José se hicieron inseparables. Las vueltas de la vida hicieron que Sofía se haya ido a estudiar a General Roca y se quedó a vivir ahí.
            Al parecer eran como hermanas, es más según Sofía de jóvenes las confundieron muchas veces a una con la otra. Llegamos, me baje y agradecí que se apagó la radio. Encantadora si.

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